TEMPUS FUGIT


Algunos de mis pecados y la poesía.

 

Cuando tenía cinco años mi madre me enseñó a leer y a escribir. La primera carta que escribí fue a la señora Cigüeña de París. Pese a que la carta no contenía ninguna falta de ortografía, como respuesta a mi logos desatado recibí el silencio. Lectio Brevis: no se puede ser creyente ni de la propia mitología. Escribir. Amaba cada letra, cada trazo y cada palabra que iba descubriendo. Después amé los libros, el papel, el olor inconfundible, misterioso y sugerente de cada página. Desde que me recuerdo, he emborronado cientos de libretas y escribía historias y poemas en una viejísima máquina de escribir que mi padre me dejó, viendo que era lo que más me gustaba.

 

En el colegio de los Hermanos Maristas me fascinó aprender la Historia Sagrada y, leer en voz alta el Quijote: lo esencial esta ahí, las historias de la Biblia que ejemplifican los arquetipos y la conducta humana y el Quijote, que es la verdadera Biblia.

 

Latín y griego, el mundo clásico se mezcló con el existencialismo, el marxismo y el doble compromiso político y poético. Sí, ya sé Amalio que ¡todo es inútil!. Aprendí a rimar con las distintas formas de nuestra métrica española, pero la poesía con mayúsculas estaba por llegar y, antes de recibirla con todas mis fuerzas rompí todo lo que había escrito. Me alimenté de la poesía, del cine, del teatro y canté lo propio de mi época: cantautores que protestaban y poetas que simplemente cantaban. Con el teatro terminé de hacerme persona; ya para entonces Miguel me había herido como un rayo que no cesa de golpear sobre el niño yuntero, y el bueno de Don Antonio se había convertido en lo que nunca quiso ser, profeta de toda la poesía que habría de venir.

 

Amigos, poetas, amigos poetas, la deslumbrante libertad de las playas salvajes. Eros aprendiz de metáforas.

 

No hay tiempo que perder, Vicente me iluminó con su caída vertiginosa al centro de la conciencia, y Don Pablo me enseñó que para hablar del amor mejor que se ocupe el propio cuerpo; porque efectivamente el amor se dibujó muchas veces sobre los colores de mi paleta, pero aguardó el tiempo necesario para que pudiera brindarle las correspondientes y ridículas cartas, tal y como recomendaba Pessoa. El Paseo de los Tristes y la Plaza Mayor conocen el resto.

 

Antonio, hermano, te econtré al compartir la sangre de la estirpe del aire.

 

Árabe y hebreo, Sefarad y Al Andalus, el eco romántico de otra luminosa pérdida. Escribo con la exacta desesperación del que ama lo suficiente para olvidar lo que escribe. Carmen significa en Latín “canto”, y en árabe “casa con jardín”: ambos términos se quedaron cortos y, “no hay más geografía que su cuerpo”. Guillermo cambia los márgenes, remueve los límites y ensancha los caminos que mi alma desconocía. Escribo hacia delante y hacia una luz siempre inalcanzable.

 

Miguel: necesario, sí, necesario para aprender este duro oficio, dulficicado por tu abrazo fraternal. Tizziano, caro amico, traspasado por un rayo de sol a la velocidad de las rosas.

 

Vivo de mi trabajo y, mientras un blando reloj amenaza con derretir las palabras, aún sigo aprendiendo con la exquisita locura que Leopoldo María destila en cada verso.

 

Hoy, la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) se empeña cada día en convencerme de que mi vida es una mera hermenéutica, pero más allá de lo inefable están los atardeceres de un nuevo esplendor en la hierba. Y, la poesía...

 

Ahora, empiezo.